Puede que se encuentren ustedes aquí solo porque el título les llamó la atención. Por si es así, y quieren volver rápidamente a sus asuntos, voy al grano…
Ante cualquier decisión a tomar, ¿no es preferible tener siempre la mayor cantidad posible de alternativas?
No, no siempre.
¿Cuál es ese efecto no deseado del que habla el título?
Que las personas solemos estar menos satisfechas con nuestra elección y sentimos un mayor arrepentimiento cuando hay demasiadas opciones.
[Es posible que hayan oído hablar alguna vez de los curiosos —y ya clásicos— experimentos de la mermelada (artículo completo aquí) de la psicóloga y economista Sheena Iyengar y del psicólogo social Mark Lepper... Dos puntos de venta de mermelada. En uno, los potenciales compradores podían elegir entre 6 sabores. En el otro, entre 24 (o 30, según el experimento). Bien, pues, la probabilidad de compra era claramente mayor en el puesto con menos sabores.
Más llamativo todavía: entre aquellas personas que compraron en cualquiera de los dos puestos, las que lo hicieron en el puesto con menos opciones se declararon, a posteriori, más satisfechas con su elección.]
Y no es solo una cuestión de satisfacción o de arrepentimiento, sino de tiempo y de energía: muchas de las decisiones del día a día —qué serie ver, en qué restaurante cenar, qué detergente comprar— se toman entre opciones bastante similares entre sí. Cuanto más se parezcan esas opciones, menos importancia tendrá cuál de ellas elijamos y, por tanto, menos tiempo deberíamos malgastar sopesándolas.
Pero no suele ser eso lo que ocurre: en realidad, usamos gran parte de nuestra energía mental en valorar (y, después, rumiar) decisiones que no lo merecen. Porque nuestra energía mental es un recurso limitado que podríamos estar dedicando a otras cosas (como a disfrutar plenamente de lo elegido, sea lo que sea).
Las sociedades modernas nos ofrecen muchas alternativas para cada decisión, pero cuando son demasiadas es más difícil encontrar la óptima. «¿Tomé la correcta? ¿Hice realmente lo mejor que podía hacer?», nos preguntamos, siempre a la búsqueda de algo mejor, incluso aunque nos sintamos relativamente felices con lo elegido.
El problema es que, cuantas más opciones tengamos, menos probabilidades habrá de que la opción elegida sea inmejorable. Si en el hipermercado hay solo dos cajas abiertas, la probabilidad de elegir la más rápida es del 50%. Si las cajas abiertas son veinte, la probabilidad de elegir la mejor pasa a ser tan solo de un 5%.
Y, si nuestro carácter es «maximizador», no nos sentiremos bien si lo elegido es simplemente adecuado. Los maximizadores parecen tener la necesidad de buscar siempre lo insuperable, y eso les hace menos felices que las personas que quedan más fácilmente satisfechas si su opción es “solo” buena.
Además, las personas maximizadoras suelen serlo en cualquier circunstancia: analizan cada opción al detalle antes de tomar cada decisión, tanto si de lo que se trata es de elegir el sabor del helado de hoy como si hablamos de elegir pareja a largo plazo.
El profesor de psicología Barry Schwartz escribió en 2004 un libro sobre estas cuestiones que ha acabado por convertirse también en un clásico: La paradoja de la elección.
Si tuviera que quedarme con una única idea del libro, sería esta: paradójicamente (de ahí el título), puede que nos aporte más bienestar autolimitar nuestras opciones que tratar de aumentarlas. (A modo de curiosidad, no se puede decir que Schwartz no predique con el ejemplo: dio clase toda su vida en la misma universidad, la de Pennsylvania, y lleva casado eones con la misma persona).
El concepto de paradoja de la elección no dice que lo ideal sea no tener opciones entre las cuales elegir. En absoluto. Este gráfico de Neurofied es el más claro que he encontrado para explicar la idea visualmente:
Si no disponemos apenas de alternativas, nuestro estado emocional es negativo, porque no nos sentimos libres. Conforme las opciones aumentan, nos vamos encontrando mejor. Hasta llegar a un punto óptimo (sweet spot) a partir del cual un aumento en la cantidad de alternativas hará que nuestro bienestar vaya cayendo, pudiendo llegar a ser negativo. Es decir, si la hipótesis de la paradoja de la elección es correcta, nos sentimos tan mal si tenemos demasiadas opciones como si tenemos muy pocas (aunque sea por diferentes causas).
Nuestros antepasados, ante cualquier decisión, raramente disfrutaban de tantas alternativas como nosotros: no tenían ocasión de perderse en el laberinto de las muchas posibilidades.
En nuestros días —quizá debido a unos cerebros que evolucionaron en entornos más simples y que no han tenido tiempo de adaptarse bien a nuevos contextos—, la abundancia (o la aparente abundancia) de opciones hace que la gente se declare, en general: poco segura de que la opción elegida sea la correcta; poco satisfecha con lo elegido; y, en consecuencia, más angustiada cada vez que toca enfrentarse de nuevo a tomar decisiones con demasiadas salidas. Da la impresión de que muchos de nosotros no estamos psicológicamente preparados para la inmensa cantidad de alternativas de que disponemos en el mundo moderno (hola, Tinder).
Puede que no sea muy realista esa visión optimista que nos hacer creer que las buenas cosas de las que disfrutamos hoy en mayor medida que nuestros ancestros (libertad, seguridad, conocimiento, bienestar) sean completamente compatibles entre sí. Por ejemplo —y por desgracia— quizá libertad y felicidad no casen tan bien como nos gustaría. Porque, si las opciones son demasiadas: necesitamos más esfuerzo mental para cada decisión; cometer errores se hace más probable; las consecuencias psicológicas de esos errores aumentan; y los caminos no tomados se quedarán a vivir para siempre en nuestras cabezas en forma de arrepentimiento.
Es posible que, llegados a este punto del texto, estén ustedes pensando que, ante la disyuntiva de tener demasiadas opciones o demasiado pocas, sea preferible lo primero. Estoy de acuerdo. Mi deseo hoy ha sido solo señalar que quizá el nivel de compatibilidad entre muchas alternativas y felicidad no sea tan alto como nos gustaría. Y que, de ser realmente así, es mejor saberlo para poder actuar en consecuencia.
Porque la realidad parece estar diciéndonos al oído que, en lo relativo a opciones disponibles, en algunas ocasiones y para muchas personas, menos es más.
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