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Cuando tenía ocho años, en el colegio un amigo llevó una tarántua de goma negra, no era para nada realista. Los "pelos" eran pequeños cilindros de goma y los ojos estaban pintados de color blanco. Como dije, para nada realista, se veía desde lejos que era un muñego de goma sin ninguna pretención de hacerlo pasar por algo real. Sin embargo me aterraba. No podía acercarme y la sola idea de que alguien lo notara y me la acercara por maldad me preocupaba de manera asumamente angustiante (sabemos que los niños no sienten piedad en esas cosas). Así que decidí actuar con valentía, mostrar indiferencia ante tan burda imitación, rogando que nadie intentara acercármelo ni de casualidad. A esa corta edad aprendí que el miedo a veces no tiene sentido (objetivamente hablando) ¿Qué daño me podría hacer una muñeco de goma que simulaba de muy mala manera ser una tarántula? Esa idea la he llevado toda la vida conmigo. El miedo es a veces un enemigo demasiado poderoso. Aún me aterran las arañas, sin haber tenido ninguna experiencia traumática, y no sé por qué razón también me fascinan. Gracias por tu artículo Clemente.

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